La mesa de las ocho patas

Andaba yo muy atento a la conversación con mi interlocutor, hasta que mi mirada se fijó en el cuadro que estaba en el paño de pared superior... Y en ese momento, comenzó una batalla mental contra el cuadro. ¿Por qué mi cerebro ingenieril se empeñaba en colocar la octava pata en el extremo? Desde el punto de vista científico, es razonable pensar que esa mesa no tiene problemas de equilibrio. Siete patas bien repartidas a lo largo del tablero dan una estabilidad más que suficiente al dichoso mueble. Es como si una lógica ilógica pretendiera imponerse: ahí falta una pata. Y mi imaginación insistía en pintarla, más allá de que al autor le pareciera bien. Pero también he de decir que, una parte de mí más liberal, salió de lo más profundo en defensa del artista. ¡Deja en paz la mesa, la pata y todo lo que la rodea! Y así quedó la mesa. Con siete patas. Y un ingeniero liberado.